Usted creció en la Barcelona post-franquista, una Barcelona burguesa, cerrada y conservadora. ¿Qué recuerda de esa adolescencia?
Una gran ansia de libertad que se manifestaba de distintas formas. Por una parte, un gran idealismo y fe en la nueva democracia. Creíamos que íbamos a compensar todos los años de cerrazón y dictadura con una democracia que, por ser nueva, sería ejemplar y un modelo para otros países, tanto para los que habían sufrido una dictadura como para las democracias ya existentes, más cínicas y opacas o condicionadas por el capital.
Por otra parte, una gran ansia de viajar. Tal vez porque Cataluña tiene frontera con Francia, algo que marcó nuestra adolescencia y primeros años de universidad eran las escapadas a Perpiñán para ver cine, comprar libros, respirar otros aires. Eso hizo que anheláramos muy pronto conocer mundo, viajar. En los 70 vivimos una auténtica fiebre viajera comparable a la que vivían los jóvenes europeos que viajaban a la India desde los años 60. Aunque en el caso de los barceloneses, se tendía a ir sobre todo a Marruecos, el norte de África, más cerca, igual que el resto de españoles.
¿Qué le incitó a salir de España y posteriormente a dar la vuelta al mundo durante dos años?
A los 15 o 16 había viajado ya por Europa con mis padres, y el año de COU lo pasé en Londres estudiando inglés. Allí fue donde conocí, a través de compañeros de clase y otros amigos, las muchas formas de viajar de los viajeros de la época.
Tenía un amigo japonés que había llegado con el Transiberiano, por ejemplo, o los americanos que estaban de paso para coger el Magic Bus a la India en Ámsterdam, o los que venían de otras partes para coger un vuelo de estudiantes a Bombay o Bangkok. Era sorprendentemente barato viajar, sobre todo porque estábamos dispuestos a pasarnos días montados en trenes, barcos, buses, incluso camiones, para cruzar el Sáhara o para llegar a la otra punta del mundo. Cuánto más larga la travesía, más emocionante nos parecía. El vuelo Londres-Bombay que cogí yo para mi primer viaje a la India me costó 12.000 pesetas y hacer más de 3.000 kilómetros en tren por la India, 3 dólares. A base de ahorrar todo lo que me daban mis padres y algunos trabajos part time como intérprete logré reunir en menos de un año el dinero suficiente para la primera parte de esa vuelta al mundo que empezó en la India y llegó hasta Australia.
¿Cómo se las arreglaba para mantenerse económicamente durante esa época?
Todos salíamos con unos ahorros mínimos que luego tratábamos de estirar y estirar más allá de lo imaginable. Yo iba con una amiga y llevábamos poco más de 30.000 pesetas cada una. Vivíamos con lo mínimo, pero es que además todo tenía precios irrisorios en la India y en la mayoría de países de Asia.
Una habitación doble en un albergue de juventud podía costarnos 1 o 2 dólares, por ejemplo; comer, no mucho más. Teníamos un presupuesto para las dos de 5 dólares diarios, incluidos los transportes. Eso sí, tenías que estar dispuesta a dormir la mayor parte de las veces en habitaciones con ratas y lagartijas y a comer en los tenderetes más baratos de la calle. Al llegar a Nepal, nos encontramos con que la Thai Airlines tenía unos vuelos a Bangkok en los que hacían un 50 % de descuento a los estudiantes.
Y es que todo eran facilidades para los jóvenes de la época. Con un carnet de estudiante tenías descuento en todo, incluidos los trenes de la India, ya de por sí baratos. En Tailandia, Malasia y sobre todo Singapur —un recorrido que hicimos también en tren—, las cosas ya estaban más caras que en la India, pero sabíamos que una compañía inglesa hacía el trayecto en barco hasta Perth, la primera ciudad australiana, por 6.000 pesetas. Y sabíamos también que Australia era el lugar donde recalaban muchos viajeros para trabajar un tiempo y poder seguir viajando. Aunque era algo que llevaba bastante planeado desde que había estado en Londres, en realidad sólo teníamos que seguir la estela de los demás viajeros.
A los dos meses de trabajar en un restaurante en Perth habíamos ahorrado para llegar a Sídney, la gran ciudad en la otra punta de Australia. Allí era muy fácil encontrar trabajo. Durante la semana trabajaba de secretaria y el fin de semana, en un bar de copas. El dólar australiano estaba entonces mucho más alto que el norteamericano, con lo que en menos de un año había reunido dinero suficiente para continuar el periplo —ya sin mi amiga, que se había vuelto a España antes que yo— por Indonesia, Hong-Kong, Taiwán, Corea, Japón, Hawái, California… Y así hasta completar la proyectada vuelta al mundo.
¿Recuerda alguna anécdota en aquellos primeros viajes que pueda contarnos?
Más que anécdotas lo que recuerdo es la solidaridad que reinaba en el mundo viajero y que es la que realmente hizo posibles aquellos viajes. En un momento te habías intercambiado las direcciones y habías invitado o te había invitado tu nuevo amigo a alojarte en su casa cuando pasaras por su país.
Llegamos a Perth, por ejemplo, sin dinero, ya que habíamos invertido nuestras últimas 6.000 pesetas en el pasaje del barco desde Singapur. Pero un amigo australiano que conocimos en el barco no sólo nos alojó en su casa, sino que todos los días nos acompañaba a buscar trabajo. En Kioto y Tokio viví con la familia de estudiantes japoneses que había conocido en un albergue de juventud en Corea y en California, en casa de otro amigo norteamericano que había conocido en la India.
También el boca a boca hacía que todos nos moviéramos como en una especie de cadena que facilitaba mucho las cosas. Cada ciudad donde parábamos era una especie de cruce de caminos donde nos encontrábamos los que íbamos a un sitio con los que venían de él. En Udaipur o Jaipur, por ejemplo, los que íbamos de Bombay a Delhi con los que iban de Delhi al sur. En Bangkok, los que íbamos de la India a Penang o Australia con los que procedían de ella. En las pensiones, albergues de juventud, cafés estratégicos, y otros lugares de cita obligada para los viajeros, nos intercambiábamos información sobre qué albergue es más barato, dónde se come mejor por un par de rupias, dónde te han robado, dónde has enfermado, con qué comida, sitios o antros hay que tener cuidado, dónde se dan cita los viajeros en las próximas paradas de nuestro recorrido, qué visados piden aquí o allá y dónde obtenerlos, qué posibilidades hay de encontrar o no trabajo, etc. Era una información vital para mantenernos a salvo en el camino, pero que además nos hacía sentir parte de una especie de tribu, en la que todos estábamos obligados a acoger o socorrer al compañero. Eso hacía que cuando estabas perdido en un tren atiborrado de indios que no hablaban inglés en medio de una de aquellas travesías de 30 horas por el Rajastán saltaras de alegría al ver a otro viajero. Esa alegría que recuerdo como la nota dominante de aquellos viajes creo que nos hacía inmunes a todas las incomodidades y penalidades a las que nos sometíamos.
¿Cómo han influido los viajes en su forma de escribir y de vivir?
Creo que sin los viajes no habría sido ni periodista ni escritora. Desde pequeña siempre me gustaron más las matemáticas, la física, la ciencia, todo lo que requería una aptitud lógica. Me sentía totalmente negada para la palabra, la historia, todo lo que requiere algún tipo de memorización. Y si me hubieran dicho que de mayor sería periodista o escritora no me lo habría podido creer. Pero el impacto de la India y de otras culturas tan diferentes a la nuestra es tan grande que se impone la necesidad de comprenderlo, escribir de ello en casa, y con todo ello va surgiendo una forma propia de contar. La India no puede describirse de forma racional, mental, requiere de tus emociones, de todo tu ser, cabría decir. Allí descubrí no sólo otra cultura, sino otra filosofía de vida, otra forma de vivir y de relacionarme con los demás, más romántica, más apasionada. En ese marco era casi imposible no enamorarse. Todos los ingredientes para una novela que como un niño que ha crecido dentro de ti sin ser buscado al final ve la luz casi por su cuenta. Así surgió Mandala, con la que gané el Premio Andalucía de Novela en 1997.
Si en la India nazco como escritora, cabría decir que en el Sudeste Asiático nazco como periodista. Al ir interesándome más y más por las culturas orientales y también en querer hacer de mi vida un viaje, pienso que una forma de sobrevivir puede ser haciendo reportajes. En Malasia conozco a Leo Touchet, un fotógrafo de la entonces superfamosa revista Life que venía de cubrir la guerra de Vietnam. Al pasearme con él por los barrios populares de Kuala Lumpur y Singapur, quedé fascinada por la forma en que trabajaba. Al llegar a Sídney, además de trabajar, me inscribí en un curso de fotografía en la universidad y aproveché la biblioteca para sacar libros sobre las culturas de los países que me proponía visitar a la salida de Australia. Así surgieron mis primeros reportajes como freelance, mucho antes de matricularme en periodismo a mi regreso a Barcelona. Al llegar publiqué en revistas como La Gaceta Ilustrada, Algo, Jano, etc. los primeros reportajes sobre Bali que se publicaron en España —cuando Bali todavía era un paraíso desconocido— y también sobre otros muchos países que había visitado, como Taiwán, Hong-Kong, Corea del Sur, etc. A partir de ese momento, el gusanillo del periodismo, esa profesión orientada a conocer, ya no me abandonaría. Y a ella he dedicado más de treinta años.
Con su última novela, Indian Express (2011), gana el Premio Azorín, una novela en la que hace una reflexión sobre el viaje hacia el interior de uno mismo y el sentido de la amistad. ¿En qué momento nace su obra y cómo va tomando forma?
Creo que las novelas se gestan desde mucho antes que tú mismo lo sepas. Hacía tiempo que tenía en mente la idea de hacer una novela sobre la amistad entre mujeres, pero nunca había pasado de ahí, de una idea entre otras. Hasta que llegué a Kerala, en mi último viaje a la India. Frente a esa gran pantalla del mar y el cielo del Índico, de pronto sentí que se proyectaba la visión al completo de lo que reclamaba convertirse en novela.
Me había propuesto no volver a escribir sobre la India después de Mandala, pero la India no sólo se impuso de nuevo, sino que me ofrecía súbitamente el marco donde situar la relación entre dos amigas. Al encontrarme en una especie de retiro de ayurveda con todos esos occidentales que se encierran ahí para curarse del estrés y volver renovados a casa, me recordó La montaña mágica, ese lugar lleno de convalecientes de enfermedades indefinidas, que tienen más que ver con dolencias del espíritu que del cuerpo. Qué mejor escenario para poner una relación a prueba que un viaje o un lugar separado del resto del mundo, fuera de tu vida cotidiana, donde la rutina y las convenciones te protegen de tener que mostrarte de verdad tal como eres. Ya enseguida empecé a tomar notas, como una posesa, y al llegar a España las pasé al ordenador y empecé a escribir y armar la novela.
Entre las novelas que ha escrito, ¿consideraría que Indian Express es de las más relevantes?
Tras Mandala creía que me resultaría difícil volver a hacer algo en lo que me sintiera tan implicada. Gané con ella mi primer premio, el Andalucía de Novela, y obtuvo muy buenas crítica. Mandala fue mi escuela, porque a través de ella aprendí no sólo a escribir, sino a leer, a buscar en Joyce, Henry James, Cortázar, la forma en que resolvían los problemas que a mí se me planteaban. Lo que me llevó a hacer una novela muy compleja y elaborada en el juego de puntos de vista, voces, tiempos de la narración. La sorpresa ha sido descubrir que aquellos que valoraron Mandalame han dicho que Indian Express es mejor; más simple en la forma, pero más compleja en los significados o contenido. Con un lenguaje más diáfano, directo y fácil de seguir para decir cosas de más calado. Así que creo que cada una representa un momento en mi evolución como escritora.
En tal caso, ¿qué la hace diferente? Porque, de hecho, no es la única que se desarrolla en la India.
Tanto Mandala como Indian Express tienen como marco geográfico principal la India, pero se desarrollan en escenarios diferentes y, sobre todo, tratan temas muy diferentes. Aunque en ciertos aspectos, la una es complementaria de la otra.
Mandala es una novela centrada en el gran trek o viajes hippies de los años 60 y 70. Nunca vemos a Ana, la protagonista, volver y enfrentarse a la realidad actual de esa India que sigue mitificando y ese amor que no ha dejado de buscar desde que se separó de él en la India.
Indian Express, por el contrario, es un viaje a la India de hoy, un viaje a la realidad. A través de ella vemos cómo toda una filosofía de vida que un día quisimos seguir, esa del yoga, la meditación, la búsqueda interior, se ha convertido en materia de mercado, productos de consumo para yuppies estresados. Por ello le puse ese título. Indian Express es el nombre del restaurante en el Hotel Taj Mahal de Bombay que ha sustituido al mítico Tanjore, un restaurante que hace años era una especie de templo de la música y danza india. Es, pues, una referencia a esa India de la modernidad que en apariencia se ha sobrepuesto a otra más antigua. Pero basta con rascar un poco para volver a encontrártela. Otro título en el que pensé fue el de Nirvana Express, al tener por escenario esos lagos en calma de Kerala, como el que aparece en la portada, esos lugares donde los occidentales de hoy aspiran a alcanzar la paz en tiempo record. En Indian Express encontramos el fin de un mito, el que crearon los hippies y los gurús de medio pelo de otro tiempo, pero no el de las utopías, y mucho menos del poder evocador de la India. La India, al igual que el ser humano y sus utopías, renacen y se reinventan todos los días. Y ese es el gran descubrimiento de Lola, una de las protagonistas de esta novela. Por ello, no vuelve convertida en una escéptica, si no que podría decirse que resurge renovada de esa nueva inmersión en la India de hoy.
Han sido muchos los elogios recibidos hacia la novela, pero ¿qué pasa si recibe alguna crítica? ¿Cómo suele reaccionar?
Como he trabajado más de 30 años como periodista, no me tomo todo lo que se escribe de mí demasiado en serio o a la tremenda. En muchas reseñas he detectado errores que luego se repiten ad infinitum por toda la red, incluidos supuestos perfiles que hoy se ofrecen de mí en redes sociales, como que soy de Girona, a pesar de que no pierdo ocasión de repetir que soy de un pueblo de Lleida. Tal vez porque en el primer momento en el que lo vi en un periódico no me molesté en llamar o hacerlo rectificar. Aunque no leo todo lo que se escribe de mí, he detectado muchos errores de información, algunos garrafales. pero recuerdo siempre las condiciones de rapidez en las que se trabaja y el poco tiempo que a veces dan a los jóvenes para que se preparen un tema, cosas por las que yo misma he pasado, y no le doy mayor importancia. Creo que unas informaciones se contrarrestan con otras, y que en otras ya saldrá mejor. Con las críticas me pasa igual. Creo que unas se contrarrestan con otras, y, sobre todo, con el interés y la valoración del lector.
Aunque he sido una autora afortunada con la crítica, y, por lo tanto no tengo grandes motivos para sentirme herida, trato siempre de entender por qué algo se critica y, sobre todo, aprender de ello. Por otra parte, es imposible gustar a todo el mundo.
¿Considera que a través de Indian Express ha alcanzado algún tipo de madurez literaria, profesional y/o vital?
Creo que Indian Express refleja un momento diferente al de Mandala, un nuevo paso en el camino. Pero todavía me considero una aprendiz, y creo que el día en el que dejas de sentir que aprendes con cada novela es que te has muerto como escritor. El cambio principal que supone Mandala, para mí es un mayor compromiso personal con la literatura. El haber ganado con esta novela el Premio Azorín, uno de los más valorados por las exigencias literarias de su jurado, es especialmente importante para mí porque hace cuatro años dejé el periodismo y todos los trabajos para dedicarme por completo a escribir, arriesgándome a que nadie me publicara. Por ello, este premio avala la decisión tomada y marca un camino sin retorno: el de la literatura.
Las protagonistas del libro, Lola y Che, viajan a la India para llevar a cabo el sueño de su juventud. ¿Necesitamos viajar hasta Kerala para descubrir las sombras que existen en el amor y la amistad?
Puede ser hasta Kerala o hasta el salón de tu casa. Lo que importa es mirar con ojos nuevos las relaciones, los afectos, todo aquello sobre los que hemos construido una versión de las cosas a nuestra medida. Sacar a una relación de su marco habitual es una buena ocasión para suscitar en las personas reacciones más auténticas. Por ello de los viajes se aprende tanto, de uno mismo y de los demás. Ante lo imprevisible no puedes reaccionar con tus recursos de todos los días. Cuando estás en casa es muy fácil ocultar quién eres o tus reacciones, dar la mejor versión de ti misma incluso ante tus amigos más cercanos, porque controlas la situación. Ese control lo pierdes cuando cambias de lugar o situación. Si encima a esas dos personas las pones en un lugar donde van a tener que lidiar con un sueño que compartieron de juventud, como ese de viajar juntas a la India, ya tienes todos los elementos para que estallen las diferencias, no sólo que existen ahora entre ellas, sino también las mismas diferencias sobre las que construyeron sus sueños y que las han definido como personas. Pero eso podría suceder también en uno de esos apartamentos aislados por el agua en Nueva York, donde dos personas se ven obligadas a enfrentarse cara a cara, sin escapatoria posible. Es lo que les sucede a las dos amigas de Indian Express al llegar a ese resort de Kerala, donde se encuentran al final de la escapada, al final de sus sueños, encerradas en un paraíso sin escapatoria posible de sí mismas. Lola, la narradora, vuelve a la India con Che con la intención de recuperar no sólo la India de su juventud, sino también la amistad primera y más prístina de adolescencia. Allí descubre que ni la India ni su amiga son como las ha mitificado. Como estoy rodeada de mujeres que, tras divorcios y fracasos sentimentales, sostienen que las amigas son el último refugio, aquellas con las que compartir tus preocupaciones, viajar, acompañarte en la enfermedad, todo aquello que antes esperabas de tu compañero o marido, quería revisar esta mitificación de la amistad.
A través de los distintos escenarios que pisan las protagonistas vemos cómo se desarrolla la relación entre ambas y cómo los recuerdos de sus pasados viajes —nunca consiguiendo llegar a India— van aflorando, ¿cuál consideraría que es el momento álgido de esta nueva aventura entre ambas?
El momento álgido en todo viaje o aventura es siempre el de la revelación, aquel en el que sientes o vislumbras que has comprendido o te ha llegado algo profundamente. En este sentido, cada lector irá aproximándose a él a su ritmo o manera, que no sé si siempre se corresponde con el que propone la novela. Otra cosa son los momentos de clímax sucesivo del argumento, que se apoyan en descubrimientos de secretos y sucesos dramáticos que han ocurrido entre las dos amigas y que estallan en una de las escenas finales de Bombay. Aunque creo que todo ello tiene que confluir hacia un final que lo unifique todo dando un sentido global a lo que has leído.
Lola es una ex hippy de Barcelona, viajera desde joven y que ha vivido bastante tiempo en el extranjero. ¿Cuánto de Pepa Roma hay en ella? ¿Y en Che?
El lector suele identificar al autor con el narrador y eso hace que la mayoría quiera identificarme con Lola, pero hay quien dice que todos los personajes de una novela viven o proceden del escritor, así que supongo que hay de mí tanto en Lola como en Che. Aunque es cierto que comparto muchos aspectos de mi biografía con Lola, como el haber viajado en mi juventud a la India, o haber vivido en la misma Barcelona, es algo de lo que me sirvo para poder trasladarle parte de mi experiencia vital, pero no para construir un personaje igual a mí. Creo que todo novelista se sirve de una serie de elementos básicos: la experiencia personal, la inventiva, la imaginación, la poética. Todo tiene que confluir para conseguir un resultado, el de la novela, un mundo aparte de ti con vida propia. Por ello, aunque todos los novelistas solemos negar u ocultar qué hay de nosotros en una novela, creo que cuando la novela no tiene detrás una experiencia personal sobre la que sustentarse suele resultar superficial y artificial.
En el libro logra transmitir la admiración que siente hacia la India. ¿En qué medida le ha cambiado su viaje a la India?
Supongo que porque a Lola le gusta la India tanto como a mí; es el aspecto de la novela más relacionado con mi propia experiencia. Al igual que Lola, también yo fue allí a los 20 años y me encontré con un país que no deja indiferente a nadie; Bombay fue mi verdadera gran puerta al descubrimiento del mundo y de la vida; en los compañeros de camino encontré una familia. También a mí me sigue admirando como la India, tras la pantalla de la modernidad, especulación y nuevas tecnologías, sigue ofreciendo numerosos oasis de recogimiento y belleza. He tratado de trasladar el estado de exaltación y alegría que me produce el encuentro con la belleza que te asalta en el momento más inesperado, incluso cuando te encuentras rodeada de tanta pobreza o miseria que sólo piensas en escapar en el primer avión, y eso sólo lo podía hacer a través de internarme en un personaje como el de Lola.
Situándonos en el marco del Máster en Periodismo de Viajes, en el que, por cierto, tuvimos la oportunidad de escucharla como ponente en una conferencia impartida en marzo de este año, ¿qué le recomendaría a aquellos jóvenes que quieran dedicarse al periodismo o literatura de viajes?
Que se arriesguen a hacer lo que les pida el deseo y la intuición. Mi experiencia me demuestra que siempre que me he arredrado por la situación o me he resignado a hacer un trabajo que no terminaba de gustarme por dinero o conveniencia, no he llegado muy lejos. En cambio, siempre que me he arriesgado, dejando muchas veces un puesto estable para irme a uno sin ninguna garantía, he sido reconocida y recompensada, porque estaba ofreciendo lo mejor que soy capaz de ofrecer de mí misma. Cierto que no ha sido casi nunca una recompensa automática e inmediata, por lo que hace falta también mucho tesón y determinación. Nunca he sido recibida por la puerta grande de un periódico sino por la trasera, la de aprendiz, la del último de la cola, a veces empezando de nuevo una y otra vez por las secciones que me parecían menos interesantes; pero casi siempre he logrado resituarme en los lugares destacados, como entrevistas a personajes internacionales para las dobles páginas centrales de periódicos como El País o Diario16; como enviada especial a muchos escenarios de conflicto; como reportera para Informe Semanal de TVE… En fin, para hacer todo aquello por lo que todavía hoy volvería a querer ser periodista y por lo que me siento una privilegiada.
¿Cuál es su siguiente proyecto? ¿Podría adelantarnos algún detalle?
Aunque es un tópico decir que los escritores tenemos nuestras manías, la mía es no hablar nunca de aquello en lo que estoy trabajando o tengo en proyecto cuando se trata de una novela. Siento que en el momento en el que hablo de ella algo se gafa. Tal vez porque la gestación de una novela se hace en una zona más inconsciente de lo que cree el propio autor, algo se altera cuando es desvelada.
Otra cosa son los libros de ensayo o los trabajos de periodismo que esos sí, creo que se benefician mucho del intercambio de ideas y opiniones mientras estás trabajando en ellos. En este sentido, cabe hablar de un par de prólogos previstos para un libro sobre el 15-M y para la reedición de mi artículo Jaque a la globalización. Pero, por lo demás, ensayo y periodismo tendrán que esperar.
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